viernes, 12 de enero de 2007
En un artículo reciente “Contra la Fuga de Corazones” recordaba sobre la importancia que tiene el mantener los lazos emotivos del emigrante con su país de origen, en un debate que hasta la fecha se ha centrado más sobre el problema de “la fuga de cerebros”.
El tema se ha hecho urgente con la reciente publicación por el Pew Hispanic Center, el Woodrow Wilson Center y el Migration Policy Institute, de la Encuesta Nacional Latina 2006.
Los resultados de tal encuesta indicarían que la velocidad con que los inmigrantes se olvidan del regresar a su país, dejan de efectuar transferencias y hasta pierden el contacto frecuente con familia y amigos, lo que he llamado la “fuga de corazones”, parecería ser una enfermedad que trae un periodo de incubación mucho mas corto que el generalmente estimado.
Sin duda que lo anterior, de ser cierto, puede tener repercusiones serias. Primero, por supuesto, para los países receptores de las transferencias monetarias que hacen sus emigrantes, pero también para las políticas de los organismos multilaterales tales como el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial.
Aparte de la sugerencia relativa a que las Universidades de Centroamérica mantengan un mejor contacto con sus emigrantes, dictando cursos de larga distancia en materias como geografía e historia y que por lo menos permite que si los jóvenes regresan a su país no tengan que pasar por engorrosos procesos de revalidar materias, también estoy buscando generar interés en un programa que he llamado “Los chaperones de la frontera.”
La idea es lograr que el Congreso de los Estados Unidos autorice un programa mediante el cual ciudadanos, iglesias y organizaciones no gubernamentales norteamericanas, debidamente registradas, puedan acompañar a los inmigrantes ilegales en un viaje de ida y vuelta a su país de origen, para “calentar sus corazones”, sin que las autoridades en la frontera se opongan o dejen un registro.
¿Imposible? No necesariamente. La acumulación de las tragedias humanas que ocurren al no poder estar presente en la enfermedad de la abuelita, el sesenta cumpleaños del padre, el matrimonio de la hermana o hasta la Primera Comunión de la hija, no le sirve absolutamente de nada a nadie.
Por el contrario, un programa como éste, de naturaleza interina, hasta que finalmente decidan qué hacer con el problema de los inmigrantes ilegales, solo puede fomentar la buena voluntad. Algo que nunca sobra.