Las remesas familiares
Igualmente se estudia el significado para un país pobre de poder enviar a cientos de miles de trabajadores a los países desarrollados, con visas temporales, donde acceden a mayores remuneraciones, lo que incluso pudiera tener un mayor potencial económico que toda la apertura agrícola que tanto se les ha prometido.
Después de permitir que sus mercados sean capturados por suplidores externos, después de permitir el libre flujo de capitales, después de obligarse a respetar fuentes de rentas ajenas, como la propiedad intelectual y patentes y finalmente después de que muchos de los profesionales en quienes han invertido educación han sido capturados por mayores sueldos, parecería que los países pobres tienen razón en solicitar para su mano de obra no calificada un mayor acceso a los mercados globalizados.
No obstante, en las discusiones técnicas, tampoco debemos olvidar el aspecto humano de las migraciones, con los inmensos sacrificios incurridos y la generosidad con que comparten los ingresos con los familiares que dejan atrás. Hace ya más de 150 años que grandes grupos de europeos tuvieron que emigrar, entre otro por las hambrunas de sus países. Se iban sabiendo que no volverían a ver a sus padres, hermanos y a todo lo que hasta entonces conocían y querían. Los emigrantes de hoy, en general, tienen mayores posibilidades de regresar a sus hogares, pero no por ello sus vicisitudes son necesariamente menores y con frecuencia son rechazados y marginados.
En tal sentido, sólo resta quedarse mudo de admiración al observar los importantes montos que los emigrantes de El Salvador y de otros países pobres envían hoy en día a sus casas. No son más que un ejemplo fehaciente de que todavía en nuestros países subsisten los principios de solidaridad y tradición familiar. Puede que sean pobres en recursos, pero gracias a Dios esos países son ricos en valores.
El Universal
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